La omisión sistemática de las mujeres lesbianas, trans o cis del discurso público -y sus graves repercusiones en la seguridad de las personas, el respeto a su integridad, su capacidad de pensar y decirse- vive días felices, apenas perturbados cuando esporádicamente surge la cuestión de la «visibilidad».
Pero, ¿es la visibilidad el problema?
¿No es más bien una cuestión de reconocimiento? ¿Del derecho a hablar por uno mismo? ¿De espacios seguros donde hacerlo, entre personas que desean poner en común la especificidad de sus experiencias?
¿De espacios colectivos donde ser vista, escuchada, considerada sin que esto sea al final de una sutil lucha contra los muchos estigmas que vienen a desposeer a una mujer de su capacidad de expresión?
Más que de visibilidad, hecho que parece incumbir implícitamente a la persona interesada, ¿no se trata más bien de conceder a las mujeres lesbianas el justo respeto y la igualdad de trato que reclaman desde hace años de forma invisible sólo para quienes no les interesa?
Cuando, en el ámbito del empleo, de las cifras publicadas por el Defensor de los Derechos Humanos con motivo de la restitución del 13º barómetro de la percepción de la discriminación en el empleo, se desprende que las primeras víctimas de la discriminación.
En el empleo son las mujeres no blancas menores de 50
años y/o en situación de discapacidad y/o transexuales u homosexuales, es urgente tener en cuenta la sobreexposición de determinados grupos de individuos a la discriminación y pedir a los empresarios que definan planes anuales que prevean medidas específicas.
El 37% de las lesbianas están desempleadas, frente a más de la mitad de los gays, según un informe de BCG publicado en octubre de 2020. ¿Qué se hace hoy en día para que las mujeres en la encrucijada de las múltiples discriminaciones no sean excluidas del empleo?
Cuando sabemos que ser mujer lesbiana o bisexual es sinónimo de «sobreexposición a la violencia física, psicológica y sexual» en el ámbito familiar (16% de las agresiones lesbofóbicas) y en el espacio público (19%), es más bien tener en cuenta que la visión de las mujeres afectadas varía entre la hipersexualización y la deshumanización.
Un estudio del Ministerio del Interior sobre la violencia doméstica en 2018 destacaba que 3 mujeres habían sido asesinadas por sus cónyuges y un estudio del Instituto William publicado en 2015 y citado por el comunicado de la red LGBTQ.
Entre el 25 y el 40,4% de las mujeres de parejas del mismo sexo habrían alreadỳ sufrido violencia doméstica. Un estudio que no parece haberse realizado en Francia, porque para ello será necesario pensar en la pareja de lesbianas como algo distinto a una ficción.
Pero también es urgente incluir estas representaciones en las campañas de prevención de la violencia para que las víctimas puedan pensar en sí mismas, decir lo que piensan y, sobre todo, atreverse a denunciar.
La estigmatización institucional que afecta a todos los ámbitos (educación, sanidad, empleo) impide a las mujeres lesbianas existir libremente fuera del miedo constante a la violencia sexual y de género.
Las mujeres no son subciudadanas y las mujeres lesbianas no son una subclase de mujeres heterosexuales, demasiado minoritarias o accidentales para ser tenidas en cuenta en el debate social. Más que nada, pueden decirse a sí mismos, elegir sus lugares, sus compañías y sus discursos sin requerir la presencia de un tercero que los proteja del gran peligro de ser ellos mismos.
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